Primero se llevaron las fábricas, dado lo barato de la mano de obra. Acto seguido, las grandes compañías abrieron oficinas y reemplazaron a la mitad de su personal por otro que le costaba la mitad. El gasto en viajes, comunicación y mensajería que esto provocó hizo que despidieran al resto y acabaran por trasladarse del todo. A partir de ahí, las cosas se precipitaron. La nueva clase trabajadora de estos países necesitaba transporte, alimentos, tecnología. Para allá se fueron las pequeñas empresas, los ingenieros, los informáticos, los supermercados, los cines, las papelerías, los hoteles, los restaurantes. No quedó casi nadie.

Ahora se rumorea que están planeando abrir una planta de producción al sur de Manchester. Hay un puñado de ingleses dispuestos a trabajar por cuatro duros.

Llevaban muchos siglos ya utilizando ascensores, escaleras mecánicas, aceras móviles, vehículos a motor, aparatos de gimnasia pasiva y andadores autopropulsados. Aún así todos se sorprendieron el día en que empezaron a nacer los primeros niños sin piernas.

El chef más prestigioso de la ciudad lo invitó a su restaurante como reclamo publicitario: nadie salía con hambre de su establecimiento.Cuando acabó con todos los entrantes, los primeros platos, los segundos y los postres que le habían sido servidos, le abrieron de par en par las puerta de la despensa, de la que salió pidiendo más.

El propio dueño retiró los platos ya empezados de los demás clientes sin atender a quejas, y se los ofreció para ganar algo de tiempo. Estaba claro que no había otra alternativa. Respiró hondo y corrió las cortinas. Luego agarró a una muchacha rubia y, tímidamente, la empujó hacia él.

El hombre siguió comiendo, como si tal cosa, hasta que no quedó ni un solo camarero.